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La Marea

La inscripción lapidaria, aquel epitafio promesa envejece en las grietas de mis piedras: “El poema eres tú” fue acaso mi última certeza.  Se...

Sonríe

Mi niño calladito, pequeño... Uno cree que no percibe, que no sabe nada, que no advierte. Mi niño me descubre de frente, me atrapa descuidada, me descifra la mirada y rompe el silencio con voz leve: "¿Qué pasa? Háblame, mamá. Sonríe". Oh, apenas un instante, al pesar más breve, mi hijo reconoce una sombra en mis ojos y me advierte, me exige la verdad siempre, me reclama que vuelva a ser su madre: Sonríe. No es una orden; es un conjuro. Mi hijo es la vida que vence al luto. Mi niño no está ciego ni está mudo. Mi hijo sabe todo, menos el poder que tiene sobre mí.‎ ‎


Aire

La distancia es tierra fértil de preguntas. 
Una certeza en calma les salva de la duda:
Se aman como nadie.
Él es aire
Y ella es lluvia. 

El muro

¿Cuándo estarás en el muro donde te veo 
si pierdo mis ojos soñando tu encuentro?

¿Cuándo estamparé las huellas de mis besos?
Mi fuego en tu invierno 
Mi abrazo dormido
Mi oído en tu pecho
Gemido y silencio
¿Cuándo mi sueño despierto?
¿Cuándo tuya, cuando mío:
Cuándo nuestros?
¿Cuándo real el sueño?

¿Cuándo el descanso al deseo,
Cadenas al piso
Viaje sin tiempo,
El paso sin peso,
El riesgo sin miedo?
Ladrillos del muro donde te veo.

Excesos

Quiero besarte con la rabia de mis excesos
Ahogarte con sudor, con locura
clavarte las uñas‎ y lamerte los dedos
Quiero morderte hasta que sangres
Inyectarte  en la lengua el veneno de mis celos.

Quiero dolerte como te siento,
Saciar esta urgencia de ti 
Que en mis piernas contengo;
Fuego en el pecho, certeza y deseo,
Adicción al sustento de tu voz.
Quiero gemirte hasta vaciarme este maldito tormento:
Amarte de lejos, amor,
Sin el calor de tu cuerpo.

Acaba con esto hoy;
Es tiempo.
Toma cuanto tengo,
Todo lo que soy.
Dámelo todo, amor,
Más dámelo en exceso.‎
Quiero devorarte por completo,
Que no quede nada de ti sin mí,
‎Lastimarte, abrirte el pecho; 
Quiero que te sientas muerto 
Cuando no me tengas dentro,
Como hoy sin ti me siento.

Narrando

En la cola del restaurante, el hombre adelante usaba el tiempo para deleitarse en el modo espejo de la cámara de su teléfono. Con el dedo meñique se aseguraba de la simetría de sus cejas; con el índice, acariciaba el borde de su barba perfectamente delineada. Se levantaba además desde las raíces sus pestañas. Con el pulgar y el índice  separaba milimétricamente  las hebras del copete de su cabello, reforzado por algún pegoste removible con un balde de agua, irresponsablemente en época de sequía. La lozanía de su piel impoluta no le preocupaba; se ocupaba de todo cuanto fuera pelo. Satisfecho ya con la perfección de su obra, advirtió mis ojos sobre sí asumiendo con confianza absoluta mi admiración, cuando en realidad buscaba en un diccionario palabras para aquél espectáculo de autocontemplación masculina. Me concedió el privilegio y también la inocencia de preguntarme a mí, peluda de los pies a la cabeza, palabras más, palabras menos, si tengo novio. Nunca sabrá por qué me eché a reír. Ya imaginaba la fantasía sexual más salvaje de este tipo conmigo: depilarme, sacarnos las cejas, plancharme el pelo, dejarme como un maniquí y echarme un polvo, pero el polvo compacto que compró con su mejor amigo.

Pero maduremos, no todos los hombres son así. Volteo y el hombre de atrás comienza a hablarme de los precios. Me dije "bueno, un venezolano promedio", hasta que empezó a vociferar que él iba a pagar mucho menos que nosotros, los involucionados, porque él "Gracias a DIOS es VEGANO". 

Just another day to die alone. 

Mi alumno colombiano

Mi alumno colombiano interrumpe mi clase todo el tiempo para cuestionarme. Me hace recordar teorías del lenguaje e investigar el origen de las frases. Siempre, siempre termina citando a Descartes, a Gabriel García Márquez y cualquier otro escritor. Escribe poemas y me cuenta que Darío Jaramillo Agudelo se suicidó. Se pone filosófico con la transitoriedad del verbo ser o estar, me explica sobre la guerrilla y el manifiesto de paz, argumenta sobre la libertad de prensa y, para variar, fue en un seminario donde abandonó la idea de Dios. En el receso, por alguna razón, me pregunta si me gusta Cuarteto de Nos y canta una canción. Nadie más sabe a qué se refiere en la mesa y hasta se impacientan por seguir aprendiendo temas sin trascendencia que me toca enseñar hoy.

Mi alumno colombiano tiene solo 19‎ años y lleva dos meses en Venezuela, donde su padre encuentra más rentable la vida de la clase media. ¿Y dónde están mis alumnos? Allá, apoyando la cabeza con el codo en la mesa, padeciendo en colectivo el costo de las fotocopias, el transporte, la cerveza o copiándose la tarea . Es una pena, sobretodo cuando nada les despierta ni curiosidad por otra vida sin el hastío de las carencias, con espacio para las ideas. Nada ni nadie los libera de esos grilletes; de esas cadenas. Crecieron en la llamada revolución y sólo piensan en sobrevivir y escapar de ella. 

Ahí está mi alumno colombiano extrañando su tierra; ya le pesa el encierro al que su padre le ha confinado para cuidarlo del país que escogió a costa de su grandeza. Ha empezado a hablar de su primer apagón, su primer fin de semana sin agua, el odio entre los vecinos del condominio y hasta aburrido se confiesa.  ¿Qué dicen los alumnos míos? "Welcome to Venezuela".‎ Qué impotencia. 

Me duele verlo mimetizarse. ¿A dónde lo subo, dónde lo pongo para que no lo toquen ni me lo manchen? ¿Cómo le prohíbo resignarse? ¿Cómo lo cuido del conformismo? ¿Cómo le exijo que no tema importunar a nadie? ¿Cómo le pido que no se adapte, que no se limite, que no se calle, que se salve?

¿Cómo le pido con egoísmo que me interrumpa la clase?

¿Qué hubiera escrito Rubén Blades?

En un hospital público, tras esperar por horas para ingresar a un quirófano a papá, la emergencia de Anderson, de 20 años, golpeado y sangrando profusamente por una puñalada bajo el cuello, interrumpe el orden de los pacientes que aguardaban su turno en ayuna y de pie porque está prohibido sentarse. Nadie parece impactarse por la sangre que llega al piso desde un cartón indigno y comienza la discusión:

-Siempre un malandro viene a quitarle el puesto a la gente buena que lleva horas aquí enferma. 

-Quién sabe a quién mató o a quién robó, pero él es más importante. 

-¿Más importante que mi hijo, que apenas es un niño? 

-¿O que un viejito pasando dolor y hambre?

-No es más importante sino más urgente. El deber de los doctores es salvar la vida, no ver lo que hizo con ella antes. 

-¡Pues muy mal hecho! Podría morir alguien bueno por salvar a un matón y además cuando salga seguirá matando gente. No me parece.

Todos corren buscando más y más sangre. Se sabe que llevan dos transfusiones, que la herida es profunda y que ya les exigen en el banco 15 donantes.

Una y otra vez: ¡Anderson Rodríguez! Pidiendo insumos y demás a los familiares. De pronto se oye más sombríamente: Anderson Rodríguez,  pase un familiar. 

Mientras entra una señora, le tomo la mano en señal de apoyo a la muchacha angustiada que esperaba lo peor, hasta que de pronto me desarmó diciendo: es mi hermano. ¡Boom! En un segundo, recuerdo como un flashback que cuando mataron al mío, yo me enteré casi dos días después sentada en el mueble verde de mi casa y que nadie lo llevó a un hospital sino a la morgue.  Esto era en vivo y directo. Me quedé helada con un nudo en la garganta, sabiendo que yo no iba poder consolar a esa muchacha si recibía la noticia conmigo; esa muchacha que fui yo hace doce años. 

Al salir la señora, le explica que a Anderson se le detuvo el corazón y lo reanimaron; que los médicos están haciendo todo lo posible pero hay que estar preparados. La chica se fue corriendo por las escaleras.   

Llega una comisión del CICPC y trascendió que la puñalada se la dió el padre de su novia, porque prohíbe la relación y ya lo había intentado una vez apenas cortándole el abdomen.

Tengo a pesar del espanto a flor de piel en esos segundos tan largos, los sentidos bien abiertos para advertir este cuadro:
La madre reza de rodillas en un rincón, el primo asegura que esto no se va a quedar así y que mandará a matar al tipo y a su familia si es preciso porque él no está solo. Una enfermera se atreve a decirle que lo haga antes de que una tercera vez sí lo mate, pero que vaya sólo contra el tipo porque la familia no tiene la culpa. En voz baja continua la discusión sobre qué vida es más importante y en voz alta los doctores amenazan con retirarse del hospital si se les pretende obligar a atender un caso de difteria. Todo un repertorio de ética comparada, digno de estudio o de al menos tres lecturas para apreciarlo sin la premura simultánea y la espera de ver abrirse la puerta esperando el anuncio.  

Me pregunto qué hubiera escrito Rubén Blades si hubiera hecho la canción Amor y Control hoy... luchando contra tanto "cáncer que no se puede curar".

Nos enviaron a casa por falta de quirófano hasta mañana a las 12:45 pm. A esa hora, Anderson permanecía estable.



The grudge

Era la historia caducada de un hombre que pasó parte de su vida aferrado a un rechazo, escupiendo rencor año a año procurando el reencuentro y de nuevo el reproche;  la victimización irresponsable de su propia miseria hasta que lo parecía ser su superación pretendió ser soberbia proclamando el desprecio a su propia elección, pregonando que aquél monstruo mitológico que él creó y magnificó no fue digno de un amor que jamás en la vida le pidió. Era incapaz de advertir siquiera su recaída infructuosa en el rencor. A qué triste historia se ha condenado ese hombre sin disfrutar la miel de la indiferencia y del verdadero adiós.

Absolución











La gente que me acusa de intolerante y prejuiciosa es la que no sabe que mi amigo es gay, que el padre de mi hijo es negro, que mis mejores amigas son creyentes y mis padres son chavistas. No sé qué más quieren de mí.

La gente que me acusa de no respetar su forma de pensar es la misma que no distingue entre criticar un argumento y atacar a una persona y es gente que confunde el respeto con la censura. 

Para esa gente "tolerante" que me acusa de oveja negra y me expulsa a mí y a mi hijo de su inmaculada burbuja, soy un prójimo menos a quién amar, y ya ni me duele.

Esos que con condescendencia me creen descarriada y vacía, ignoran la rectitud de mis principios, la justicia de mis actos y la integridad de mi conciencia. No me conocen y su afecto está supeditado a la complacencia: eso es chantaje.

Hasta me han acusado de insensible sin imaginar lo que he hecho por amor...

Aquellos que en la universidad me llamaban puta no tienen ni puta idea de que me he acostado con cuatro hombres en treinta y siete años y ni siquiera me esforcé por cuidar mi imagen ni buscar aprobación. 

Quienes se espantan con mis groserías no tienen ni interés en leer mis poemas. Y así voy por la vida dueña y esclava de mis palabras; un personaje decidido por lectores superficiales y los cristales con que miran. Villana de unos y de otros, apenas un extra de película.

Quienes me creen machista no entienden que conozco el horror en la misma medida en ambos sexos, si de igualdad se trata. Y me vale madre que me ataquen con el capitalismo cuando sólo el populismo me ha causado hambre.

El arbitrario, el mediocre y el descarado también me han acusado de conflictiva porque si hay algo que decir, yo no me callo. Y van argumentando con esa coartada cobarde; que si la forma, que si el fondo, con fuerza para atropellar más no para soportar que les llame a las cosas por su nombre. 

La gente... la gente no distingue convenientemente entre un detractor y un verdugo. Espían mis errores, añejan sus rencores, se aferran a la discrepancia por encima de cualquier virtud para justificar su propia miseria.

Toda esa gente me hace valorar el respeto y el afecto de quienes me aprecian "a pesar de mí y de ellos mismos". Siempre he pensado que las mejores elecciones de mi vida han sido mis amigos y mi mayor fortuna, que me hayan elegido a mí.



Irreductible

Que nadie nos reduzca a esta tristeza.
Somos más que contingencia
y cristal roto con que miran:
Plena voluntad inquebrantable, 
bandera íntegra que izas,
tu mayor acto de heroísmo. 
Que nadie se rinda,
que nadie permita perverso juicio.
Que nadie nos reduzca a la tristeza:
que nadie nos defina en la tragedia...
ni nosotros mismos.