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La inscripción lapidaria, aquel epitafio promesa envejece en las grietas de mis piedras: “El poema eres tú” fue acaso mi última certeza.  Se...

Absolución











La gente que me acusa de intolerante y prejuiciosa es la que no sabe que mi amigo es gay, que el padre de mi hijo es negro, que mis mejores amigas son creyentes y mis padres son chavistas. No sé qué más quieren de mí.

La gente que me acusa de no respetar su forma de pensar es la misma que no distingue entre criticar un argumento y atacar a una persona y es gente que confunde el respeto con la censura. 

Para esa gente "tolerante" que me acusa de oveja negra y me expulsa a mí y a mi hijo de su inmaculada burbuja, soy un prójimo menos a quién amar, y ya ni me duele.

Esos que con condescendencia me creen descarriada y vacía, ignoran la rectitud de mis principios, la justicia de mis actos y la integridad de mi conciencia. No me conocen y su afecto está supeditado a la complacencia: eso es chantaje.

Hasta me han acusado de insensible sin imaginar lo que he hecho por amor...

Aquellos que en la universidad me llamaban puta no tienen ni puta idea de que me he acostado con cuatro hombres en treinta y siete años y ni siquiera me esforcé por cuidar mi imagen ni buscar aprobación. 

Quienes se espantan con mis groserías no tienen ni interés en leer mis poemas. Y así voy por la vida dueña y esclava de mis palabras; un personaje decidido por lectores superficiales y los cristales con que miran. Villana de unos y de otros, apenas un extra de película.

Quienes me creen machista no entienden que conozco el horror en la misma medida en ambos sexos, si de igualdad se trata. Y me vale madre que me ataquen con el capitalismo cuando sólo el populismo me ha causado hambre.

El arbitrario, el mediocre y el descarado también me han acusado de conflictiva porque si hay algo que decir, yo no me callo. Y van argumentando con esa coartada cobarde; que si la forma, que si el fondo, con fuerza para atropellar más no para soportar que les llame a las cosas por su nombre. 

La gente... la gente no distingue convenientemente entre un detractor y un verdugo. Espían mis errores, añejan sus rencores, se aferran a la discrepancia por encima de cualquier virtud para justificar su propia miseria.

Toda esa gente me hace valorar el respeto y el afecto de quienes me aprecian "a pesar de mí y de ellos mismos". Siempre he pensado que las mejores elecciones de mi vida han sido mis amigos y mi mayor fortuna, que me hayan elegido a mí.



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