Mi alumno colombiano tiene solo 19 años y lleva dos meses en Venezuela, donde su padre encuentra más rentable la vida de la clase media. ¿Y dónde están mis alumnos? Allá, apoyando la cabeza con el codo en la mesa, padeciendo en colectivo el costo de las fotocopias, el transporte, la cerveza o copiándose la tarea . Es una pena, sobretodo cuando nada les despierta ni curiosidad por otra vida sin el hastío de las carencias, con espacio para las ideas. Nada ni nadie los libera de esos grilletes; de esas cadenas. Crecieron en la llamada revolución y sólo piensan en sobrevivir y escapar de ella.
Ahí está mi alumno colombiano extrañando su tierra; ya le pesa el encierro al que su padre le ha confinado para cuidarlo del país que escogió a costa de su grandeza. Ha empezado a hablar de su primer apagón, su primer fin de semana sin agua, el odio entre los vecinos del condominio y hasta aburrido se confiesa. ¿Qué dicen los alumnos míos? "Welcome to Venezuela". Qué impotencia.
Me duele verlo mimetizarse. ¿A dónde lo subo, dónde lo pongo para que no lo toquen ni me lo manchen? ¿Cómo le prohíbo resignarse? ¿Cómo lo cuido del conformismo? ¿Cómo le exijo que no tema importunar a nadie? ¿Cómo le pido que no se adapte, que no se limite, que no se calle, que se salve?
¿Cómo le pido con egoísmo que me interrumpa la clase?
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